jueves, 14 de agosto de 2008

UN POEMA DE FERNANDO DE PESSOA


PESSOA

Todo me cansa, hasta lo que no me cansa. Mi alegría
es tan dolorosa como mi dolor.

Quien me diera ser un niño poniendo barcos de papel
en un estanque de la quinta, con un dosel rústico de
redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra
verde en los reflejos sombríos de la poco agua.

Entre yo y la vida hay un vidrio tenue. Por más nítidamente
que yo vea y comprenda la vida, yo no la puedo tocar.

¿Razonar mi tristeza? ¿para qué si el raciocinio es
un esfuerzo? y quien está triste no puede esforzarse.

Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la
vida de los que yo tanto querría abdicar. Abdicar es
un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme.

¡Cuántas veces me aflige no ser el accionador de aquel
coche, el conductor de aquel tren! ¡cualquier banal Otro
supuesto cuya vida, por no ser mía, deliciosamente me
penetra para que yo la quiera y se me finge ajena!

Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa.
La noción de la vida como un Todo no me aplastaría
los hombros del pensamiento.

Mis sueños son un refugio estúpido, como un
paraguas contra un rayo.

Soy tan inerte, tan pobrecito, tan falto de gestos y de
actos.

Por más que por mí me interne, todos los atajos de
mi sueño van a dar a claridades de angustia.

Incluyo yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en los
que el sueño me huye. Entonces las cosas me parecen
nítidas. Se desvanece la neblina en la que me cerco.
Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma.
Todas las durezas miradas me duele saberlas durezas.
Todos los pesos visibles de objetos me pesan por
dentro del alma.
Mi vida es como si me golpeasen con ella.
Fernando de Pessoa

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