
Pasea de una esfera a otra,
ligero como una nube de verano.
Vuelto a su cuerpo, yace contemplando
la luna, con velos de niebla.
Una brisa, aroma de pino, suave susurro,
penetra, en él con escalofríos de felicidad.
Li Feng
Doradas nubes bañan la muralla.
Los negros cuervos graznan sobre sus nidos,
nidos en los que quisieran descansar.
En tanto, la joven esposa suspira, sola y triste,
sus manos abandonan el telar,
sus ojos están fijos en la azul cortina del cielo,
cortina que parece separarla del mundo,
como la leve niebla oscurece el río.
Está sola: el esposo viaja por países lejanos;
todas las noches está sola en su alcoba.
La soledad le oprime el corazón,
y sus lágrimas, como fina lluvia, caen en tierra.
Al ceñirte en mis brazos,
estrecho contra mi corazón esa belleza
que del mundo hace mucho se marchara:
coronas engastadas que reyes arrojaron
en charcas fantasmales, huyendo los ejércitos;
cuentos de amor tejidos con hebras de seda
por soñadoras damas en telas que nutrieron la polilla asesina:
rosas de tiempos idos
que las damas tejieron en sus pelos;
lirios fríos de rocío que las damas portaron
por tanto corredor sagrado,
adonde tales nubes de incienso se elevaban
que sólo Dios estaba con los ojos abiertos:
ya que el pálido pecho, la mano demorada,
nos llegan de otras tierras más pesadas de sueño,
y también de otra hora más pesada de sueño.
Y cuando tú suspiras entre besos
escucho la blanca Belleza también suspirando
por aquella hora cuando todo
deberá consumirse cual rocío.
Mas llama sobre llama y hondura sobre hondura,
y trono sobre trono y medio en sueños,
posadas sus espadas en sus férreas rodillas,
tristemente cavilan sobre grandes misterios solitarios.
Cantando
Deslizando las manos por los muros
Pasas recogiendo
La sangre bermeja y madura de las moras.
Vas y vienes
Solitaria y transparente
y la memoria de las cosas te acompaña.
Muerta qué clara eres,
¡Y perdida!
Eres la medianoche de la noche,
Eres la terraza que da al viento,
Eres una pena solitaria y franca,
Las sombras vuelven a bailar,
El perfume de las algas sacia el aire
y las ramas se recuestan sobre las ventanas:
Suaves cabellos de pena tiene la brisa.
Sola pasas al fondo de las avenidas.
No muestras tu rostro,
Pasas de espaldas con un vestido blanco.
¡Eres leve y dulce como un sueño!
El soplo de la noche se llena de angustia
y de mí surgen palabras solitarias:
Eres el perfume de infancia que hay en las rocas,
Eres el vestido de infancia que hay en los campos,
Eres la pena de infancia que hay en la noche.
Súbitamente
Alcanzo pierdo la forma de tu rostro:
¡Qué fresca eres!
Pasas y de tus dedos corren fuentes.
¡Qué leve eres,
Más leve que una danza!
Apenas llegaste, apenas volviste, apenas te vi
Ya en el fondo de los caminos te extinguiste:
Arena lisa y blanca que ningún paso pisa
Pena franca
Angustia fuente fresca y brisa.
Versión de Diana Bellessi
Si todo el ser al viento abandonamos
Y sin miedo ni compasión nos destruimos,
Si morirnos en aquello que sentimos
Y podemos cantar, es porque estamos
Al desnudo, el propio dolor meciendo en sangre
Frente a las madrugadas del amor.
Cuando la mañana brille otra vez floreceremos
Y el alma beberá ese esplendor
Prometido en las formas que perdemos.
Escucho mas no sé
Si lo que oigo es silencio
O dios
Escucho sin saber si estoy oyendo
El resonar de las planicies del vacío
O la conciencia atenta
Que en los confines del universo
¡Me mira y me descifra
Sólo sé que camino como quien
Es mirado amado y conocido
y por eso en cada gesto pongo
Gravedad y riesgo
Versión de Diana Bellessi
Mi cara se mezcla con el día
Nubes tejados ramas y diciembre
Apasionada estoy dentro del tiempo
Que me abriga con canto y con imágenes
Tan abrigada estoy dentro de la hora
Que ni lamento ya la tarde antigua
Todo se vuelve presente y se demora
¿Será que el día me pide que lo diga?
Versión de Diana Bellessi
Aprende
A no esperar por ti pues no te encontrarás
En el instante de decir sí al destino
Incierta te detuviste enmudecida
y los océanos después sin prisa te rodearon
A eso llamaste Orfeo Eurídice-
Incesante intensa la lira vibraba al lado
Del desfilar real de tus días
Nunca se distingue bien lo vivido de lo no vivido
El encuentro del fracaso-
Quién se acuerda del fino escurrir de la arena en el reloj
Cuando se alza el canto
Por eso la memoria sedienta quiere venir a la superficie
En busca de la parte con la que no diste
En el ronco instante de la noche más callada
O en el secreto jardín a orillas del río
En junio
Versión de Diana Bellessi
Llamé por mí cuando cantaba el mar
Llamé por mí cuando corrían las fuentes
Llamé por mí cuando morían los héroes
Y cada ser me dio señal de mí.
Bajo el peso nocturno del cabello
O bajo la luna diurna de tu hombro
Busqué el orden intacto del mundo
La palabra no escuchada
Largamente bajo el fuego o bajo el vidrio
Busqué en tu rostro
La revelación de dioses que no conozco
Pero pasaste a través de mí
Como pasamos a través de la sombra.
Versión de Diana Bellessi
Aunque encerrado durante años
en este mundo de polvo,
no me esfuerzo ni me preocupo;
lo dejo todo al plan de la naturaleza.
La vida acontece
porque nuestros padres decidieron unirse
y el resto de ella sigue luego
el curso natural de las cosas.
Nuestra forma humana esconde
una joya preciosa dentro;
los elementos del hombre, aunque bastos,
encarnan un espíritu puro.
Cuando los campos de moras se transforman
en Ser que existe por sí mismo,
entonces el mundano se convierte
en sabio que trasciende el mundo.
Es ridículo que la gente pregunte
dónde puede estar mi casa.
Con mi bastón mágico coronado por una nube
Yo quito del cielo
las nubes mañaneras.
La “luz interior” que el meditante
contempla brillando de entre los ojos
no es palabra vana;
pero no sería bueno jactarse
de que ha brotado mi “flor dorada”.
Un cayado de tres pies
es mi aparejo en el mundo.
Un jarro de vino doncel
satisface mi indigencia.
Vuelo montado en un dragón
a las Islas de los Bienaventurados.
En aquel reino maravilloso,
cuando la noche se desvanece,
¡puede verse a los inmortales
jugando con aros alrededor de la luna!
Por las hierbas fragantes.
Los viejos pinos toman el matiz
Azulado de las montañas lejanas.
De pié donde borbota el agua
Levanto mi flauta.
Niños inmortales se juntan en la cueva
Para escuchar su música,
Bajo los precipicios, la niebla se espesa.
¡No viene nadie todavía!
Suavemente descienden nubes blancas,
Oh… suavemente,
Cubriendo con su velo el musgo verdoso
Los pinos han alfombrado la tierra,
Enmudecen ahora los pájaros;
Una brisa ligera abanica mi saco de caminante
Alentando sueños.
El viento cede.
Fragancia de pétalos caídos hace poco.
El vaho de la tierra.
Avanza la mañana y me cansa peinarme.
Todo está igual pero él se ha ido
y todo está vacío.
Las palabras traicionan: habla mejor el llanto.
Dicen que en dos arroyos todavía
la primavera es primavera.
¡Flotar allá, mecida por las aguas!
Pero con tanta pena
mi frágil barco se hundiría.
Se disipa el aroma del loto rojo.
La estera, fría, huele a otoño.
Abro mi vestido y, sola, salto en la barca.
¿Quién me envía un mensaje, allá entre las nubes?
Una escuadra de patos salvajes
traza en el cielo signo ilegibles.
La luna inunda la torre del oeste.
Han de caer los pétalos,
ha de correr el agua infatigable.
Dos soledades: un mismo sentimiento
nos une y nos separa.
Quisiera no pensar en todo ésto y es inútil:
mi cabeza vacía, mi corazón henchido
Remota, secretísima e inviolada Rosa,
Abrázame en mi hora de las horas; allí donde habitan
Cuantos te buscaron en el Santo Sepulcro,
O en el tonel de vino, más allá de la agitación
Y tumulto de derrotados sueños; donde, cerrados casi
Sus pálidos párpados, vencidos por el sueño, los hombres
Han dado nombre a la belleza. Tus grandes hojas ocultan
Las antiguas barbas, los yelmos de oro y rubíes
De los Magos coronados; y a aquel rey cuyos ojos
Vieron las Taladradas Manos y el añoso Leño alzarse
En las brumas Druidas, haciendo palidecer las antorchas;
Hasta que un vano frenesí le arrebató y murió; y a aquel
Otro que encontró a Fand caminando sobre llameante rocío
En una costa gris que nunca azotó el viento,
Y perdió el mundo y a Emer por un beso;
Y a aquel que expulsó a los dioses de sus lares,
Y cien veces estalló roja la aurora mientras lo
Festejaba, llorando sobre los túmulos de sus muertos;
Y al rey orgulloso y soñador que desechó corona
Y desventura, y seguido de su bardo y su bufón
Marchó a vivir entre ebrios vagabundos al corazón del bosque;
Y a aquel que vendió aperos, casa y bienes,
E innumerables años buscó por tierras y por islas,
Hasta encontrar, entre risas y lágrimas,
Una mujer de tan resplandeciente belleza
Que los hombres trillaban el grano a medianoche,
Por un mechón de sus cabellos, un pequeño mechón robado.
También yo espero la hora de tu gran vendaval de amor y odio.
¿Cuándo se extinguirán en el cielo las estrellas,
Como chispas que brotan del yunque y que se apagan?
¿Acaso no ha sonado ya tu hora?, ¿no sopla ya tu huracanado viento,
Remota, secretísima e inviolada Rosa?
Los años juveniles me han dejado de una pieza,
y me han menguado los años maduros;
¡qué pensamientos tristes y solitarios me invaden
mientras visito de nuevo este lugar desierto y frío!
En medio del jardín me detengo, solo, largamente.
El sol está descolorido, gélidos el viento y el rocío.
La lechuga otoñal se retuerce y convierte en simiente.
Los árboles están cargados y marchitos.
Solo han quedado las flores del crisantemo,
que brotan aquí y allá bajo los setos abandonados.
Quisiera llenar un vaso con el vino que he traído.
Pero la vista de los crisantemos me detiene la mano.
En mis años jóvenes, recuerdo,
rápidamente pasaba de la tristeza a la alegría;
pero ahora, que la vejez se presenta,
los instantes de alegría son más raros.
Siempre me asusta pensar que cuando sea muy viejo
el vino más fuerte no bastará para consolarme.
¿Por qué os interrogo, tardíos crisantemos,
por qué florecéis solos en una estación tan triste?
Aunque sepa bien que no lo hacéis por mí,
quiero, a vuestra semejanza, lo poco que se pueda,
aplanar mi rostro.
Existe un doble del cuerpo fuera del cuerpo,
que no se parece a la evanescencia creada mediante
artes;
Esta energía mística circula alrededor,
vivaz, espíritu unificado con el Origen;
La rielante Luna se condensa en un fluido dorado,
el loto verde se transmuta en una realidad de jade;
Al cocer la médula de la liebre de jade,
la perla resplandecerá tanto que no volverás a pensar en la pobreza.
El curso de la naturaleza y del hombre
no es de mi incumbencia.
No desdeño la fe
en la inmortalidad,
ni a los sacerdotes taoístas
que buscan ese objetivo;
pero, si me preguntaran
cuál es la mejor manera
de cultivar el Tao,
diría: “Desarrolla la mente
y cuida bien el cuerpo”.
Paseando por las cumbres,
abierta la mirada peregrina,
el universo parece inmenso,
sus habitantes, sin número.
Pero, ¡ay!, son sólo unos pocos
los que consiguen el auténtico objetivo.
Para los que saben el secreto,
“no existe una sola cosa”.
Aprenden a abandonarlo todo
y a practicar la sencilla quietud.
Cerrando sus puertas al amanecer,
leen hasta la caída de la tarde,
barren el suelo y encienden
un pedazo de fragante incienso.
Todo el día luchan con
seis ladrones llamados sentidos
hasta que comprenden que figuras y formas
son totalmente vacías,
luego despiertan a la verdad
de que “no existe una sola cosa”,
de que el “espejo mágico”
existe sólo en la mente.
Cuando se corta la reacción de los sentidos,
sigue la autotransformación.
Entonces se muestra la quietud
y se comprende que la forma es el vacío.
“El Buda es tu mente;
tu mente es el Buda”,
las montañas verdes son nubes blancas
en incesante transformación.
Desecha tu jade y tu oro;
es mejor que olvides tal escoria.
La flor de primavera y la escarcha del otoño
merecen más atención.
A los discípulos les gusta jactarse
de inmensa longevidad,
¡pero diez mil años de vida
pasan como un relámpago!
Cuando las flautas no paran de sonar
ante la torre de la grulla amarilla
y, todas a una, las flores veraniegas
engalanan la orilla del lago,
¿puede uno abandonar la tristeza
y extinguir el deseo?
¿Quién sino la brisa del verano
o la luna radiante lo podrá decir?
Aunque encerrado durante años
en este mundo de polvo,
no me esfuerzo ni me preocupo;
lo dejo todo al plan de la naturaleza.
La vida acontece
porque nuestros padres decidieron unirse
y el resto de ella sigue luego
el curso natural de las cosas.
Nuestra forma humana esconde
una joya preciosa dentro;
los elementos del hombre, aunque bastos,
encarnan un espíritu puro.
Cuando los campos de moras (1) se transforman
en Ser que existe por sí mismo,
entonces el mundano se convierte
en sabio que trasciende el mundo.
Es ridículo que la gente pregunte
dónde puede estar mi casa.
Con mi bastón mágico coronado por una nube
Yo quito del cielo (2)
las nubes mañaneras.
La “luz interior” que el meditante
contempla brillando de entre los ojos
no es palabra vana;(3)
pero no sería bueno jactarse
de que ha brotado mi “flor dorada”. (4)
Un cayado de tres pies
es mi aparejo en el mundo.
Un jarro de vino doncel
satisface mi indigencia.
Vuelo montado en un dragón
a las Islas de los Bienaventurados.
En aquel reino maravilloso,
cuando la noche se desvanece,
¡puede verse a los inmortales
jugando con aros alrededor de la luna!
Llegué a este valle solitario
buscando sentimientos de otro mundo.
Desde lejos, el paso de piedra labrada
apunta adonde se allegan algunas nubes blancas.
Resuena de vez en cuando por el bosque
el hacha del leñador.
Este monje en la abertura del valle
es un amigo cuyo nombre se me escapa.
Por el estanque navega una joven luna,
cruzando el reflejo del cielo.
Arriba, un camino nebuloso de estrellas
se levanta hasta la suavidad del cielo.
¿Quién sino un taoísta residiría
tan por encima de la hierba silvestre?
Se oye de la cumbre con rayos de luna
el dulce tañido de la campana de piedra.
Arriba, perdida entre colinas
se yergue la ciudad mágica
inclinada sobre el vacío; sus torres
invaden el reino de los dioses.
Más allá, navega la luna brillante
por el cielo de otoño despejado;
pero abajo queda el mundo, oscuro
por la lluvia fina como niebla de primavera.
Un dragón del cielo se abalanza hacia abajo;
las nubes se levantan para formar su tronco.
Como el tigre vuelve a su risco,
el viento pasa raudo por entre los árboles.
Quiero a este monje que habita en el monte,
tan fiel a sus tareas;
en el rito del anochecer, las lámparas prestan calor
a su canto solitario.
Lánguidamente, en brazos de la brisa
Llegan los aromas de casia y pino.
El frío esplendor de laguna
Baña el pórtico del templo.
En la falda de la quietud,
Sentado está el ermitaño
Que a mundos lejanos vuela.
Para él, todo sonido es silencio
Y no hay nada más en absoluto…
Sólo un frescor que todo lo penetra.
A lo largo del camino
cubierto de musgo,
En dirección a tu choza,
descubro las huellas
de tus pasos.
Blancas nubes yacen ocultas
sobre tu silenciosa isla;
Fragantes hierbas crecen
hasta la altura
de tu inútil puerta.
Un chubasco pasajero
revela el color
de los pinos.
Vagando por los cerros
hallé el nacimiento
de un arroyo.
Arroyo, flores, meditación:
todo es uno y no sienten
la necesidad de hablar.
|
|
Atravesé el Arroyo Blanco
en su estrecho cauce
Cuando la Aurora recién
hendía la maraña de estrellas
Y se desembarazaba de las sombras. Y vi
De paso un instante, desde los trillados
caminos de los hombres,
Innumerables islas, circuidas
Con los colores verde y oro de la naturaleza.
El cielo tendía
el espejo azul de la eternidad
Sobre las aguas relucientes. Una a una
Las nubes se hacían a la mar.
Mis errantes pensamientos
Divagaron adonde los monstruos
de cota de plata
Recorren velozmente
sus arroyos nativos.
Canté melodías
Que crecieron al promediar el día,
menguaron con el atardecer
Y cesaron al caer la noche.
Luego busqué el reflejo
de los aleros de las casas,
en medio de los campos
iluminados por la luna.
Sobre la distante cima del monte
hay una cabaña;
Un sendero serpentea treinta li (1)
hacia lo alto;
Llamo a la puerta
pero ningún criado responde;
Echo una ojeada y sólo veo
una mesa y un banco.
Quizá fuiste de paseo
en tu silla de manos,
O estarás pescando
en las aguas otoñales.
Como golondrinas que girasen y se sumergieran
pasamos sin toparnos.
Con propósito firme permanezco
mirando fijamente al cielo.
La hierba se ha vigorizado
con la lluvia reciente.
Al atardecer, junto a tu ventana
suspira el viento en los pinos.
Al detenerme allá me siento
pleno de paz y tranquilidad.
La escena y el sonido aguzan
el ojo y el oído;
Aunque no hay
huésped ni anfitrión
He captado el significado
de tu filosofía.
Cuando el éxtasis se hubo extinguido
descendí de la montaña.
¿Para qué habría de aguardar tu llegada?