domingo, 7 de septiembre de 2008

INTERMEZZO by HEINRICH HEINE

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L’INTERMEZZO

Preludio

Es en el antiguo bosque,
Es en la selva encantada;
Se respira, el grato aroma
Que la flor del tilo exhala,
Y fulgor maravilloso
De la luna solitaria,
Mi corazón va llenando
De delicias olvidadas.
Andando voy, y a mi paso
El aire rompe su calma:
Es el ruiseñor que amores
Y penas de amores canta.
Canta el amor y sus penas,
Sus delicias y sus lágrimas;
Y llora tan tristemente,
Gíme con dulzura tanta,
Que mil sueños olvidados,
En mí mente se levantan.
Sigo andando, y en un claro
De la selva abandonada,
Ante mí miro un castillo
Que alza sus viejas murallas.
Cerradas miré las rejas,
Todo era tristeza y calma;
Creí que tras de los muros

Sólo la muerte habitaba.
Vi una esfinge misteriosa
Ante la puerta parada,
Cuyo aspecto a un tiempo mismo
Atraía y espantaba:
De león era su cuerpo,
De león eran sus garras,
Y de mujer su cabeza,
Sus flancos y sus espaldas.
¡Una hermosa prometía
Deleites con su mirada;
De sus labios arqueados,
En la sonrisa, vagaban
Promesas halagadoras,
Misteriosas esperanzas.
¡El ruiseñor en el bosque
Tan dulcemente cantaba!
Resistir no me fue dado,
Y desde que en hora infausta
Sellé con un beso ardiente
Aquella boca de lava,
Por un encanto invisible
Miré sujeta mi alma.
Viva tornose de pronto
Aquella marmórea estatua:
Suspiros, tiernos suspiros
De su pecho se escapaban,
Y con sed devoradora,
Anhelante, apresurada,
Bebió de mi ardiente beso

La devastadora llama.
Vi que hasta el último soplo,
De mi vida ella aspiraba,
Y que jadeante de goces,
Entre sus robustas garras
Mi pobre cuerpo cansado
Oprimía y desgarraba.
¡Goce y placer infinitos!
¡Dulce angustia! ¡Dicha amarga!
Mientras que de aquella boca
Los besos me embriagaban,
Sus duras unas mi cuerpo
Sembraban de rojas llagas.
-«¡Oh bella esfinge! ¡oh amor!
-El ruiseñor lejos canta.
-¿Por qué, dí tantos dolores
A nuestras dichas enlazas?»
Revélame el triste enigma,
¡Amor! ¡esfinge adorada!
Que hace muchos, muchos siglos
Que en ellos piensa mi alma!»-

I
En mayo, cuando los gérmenes
Revientan de vida llenos,
Cuando brotan las semillas,
Brotó el amar en mi pecho.
En mayo, cuando las aves
Entonan sus cantos bellos,
Confesé a mi dulce amada
Mi pasión y mis deseos.

II
Mis lágrimas se truecan
En perfumadas flores,
Se tornan mis suspiros
Canoros ruiseñores;
Las flores, si me quieres,
Te entregarán su cáliz perfumado,
Y dejará escuchar ante tus rejas,
El ruiseñor su canto enamorado.

III
Aves y luces y flores
Otras veces amé yo;
Tú eres hoy mi amor tan solo,
Niña de mi dulce amor;
Tú, que eres a un mismo tiempo
Para mi ardiente pasión
La estrella, y el blanco lirio,
Y la paloma, y la flor.

IV
Olvido mis sinsabores
Cuando contemplo tus ojos,
Y embriagado de amores,
Al besar tus labios rojos
Cesan todos mis dolores.
Si en tu seno me reclino,
Me embarga goce divino;
Mas ¡ay! si dices «te amo,»
La frente en silencio inclino
Y amargo llanto derramo.

V
Ven y apoya tu semblante
Sobre mi semblante yerto,
Para que en una se fundan
Las lágrimas que vertemos.
Tu corazón contra el mío
Aprieta en abrazo estrecho,
Para que abrasarlos pueda
La llama de un solo fuego.
Y cuando de nuestro llanto
Corra el torrente deshecho
Sobre la llama que ardiente
Va nuestro ser consumiendo;
Y cuando ciña mi brazo
Tu talle leve y esbelto,
En un trasporte de dicha
Espiraré satisfecho.

VI
Quisiera que mi alma amante
Guardara de un blanco lirio
La corola perfumada,
Y que la flor anhelante
Entonara en su delirio
Una canción a mi amada.
Temblar la canción debía
Y en círculos palpitantes
Agitarse misteriosa
Como el bezo de ambrosía
Que en horas ¡ay! ya distantes
Me dio su boca de rosa.

VII
Siglo tras siglo, en la altura
Inmóviles las estrellas,
Al llegar la noche oscura
Se miran tristes y bellas
Con amorosa dulzura.
Su lenguaje luminoso
Por el espacio se extiende,
En el nocturno reposo,
Mas ningún sabio comprende
Su lenguaje misterioso.
Yo entiendo su voz callada
Y siempre la entenderé,
Que en el rostro de mi amada
Y en la luz de su mirada
Mi diccionario encontré.

VIII
Yo te llevaré, bien mío,
Sobre el ala de mis cantos,
Te llevaré hasta las frescas
Márgenes del Ganges sacro;
Que allí conozco un retiro
Misterioso y solitario.
Un jardín allí florece,
Un jardín abandonado,
De la luna misteriosa
Bajo los serenos rayos;
Y en él, las flores del loto
Su hermana están esperando
Ríen allí los jacintos
Y contemplan a los astros,
Y al oído se refieren
Las blancas rosas, en tanto,
Murmuraciones gozosas
Y sucesos perfumados.
Las inocentes gacelas,
Por escuchar sus relatos,
Se van con ligera planta
Hasta el jardín acercando,
Y en los azules confines
Del horizonte lejano
Solemnes ruedan las aguas
Del turbio río sagrado.
Allí, bajo las palmeras,
Detendremos nuestros pasos,
Y su sombra misteriosa
Llevará hasta nuestros párpados
Sueños de calma inefable
Y de celestial encanto.

IX
Soportar no puede el loto
Del sol los claros fulgores,
Y con la frente inclinada
Soñando espera la noche.
La luna, que es su adorada
Lo despierta con sus rayos,
Y él descubre ante sus besos
Su semblante perfumado.
Y la mira y se enrojece,
Y se eleva ante la brisa,
Y llora y gime de amores
Agonizante de dicha.

X
Por las ondas retratada
Del Rhin, que la ciñe amante,
Se alza la torre elevada,
De la catedral gigante
De Colonia la sagrada.
Dentro del templo sagrado
Y sobre cuero dorado
Hay pintada una figura:
Ella mi existencia oscura
De fulgores ha llenado.
Entre ángeles y entre flores
Sonríen sus labios rojos,
Y sus ojos seductores
Son iguales a los ojos
Del ángel de mis amores.

XI
No me quieres, no me quieres,
Y no lloro tu desdén;
Mientras yo vea tus ojos
Más feliz que un rey seré.
Que me aborreces me dicen
Tus rojos labios, ¡mi bien!
Déjame besar tus labios
Y así me consolaré.

XII
¡Oh! no jures y abrázame tan sólo;
No creo en juramentos de mujeres.
Dulce es tu voz, ¡mi bien! pero es más dulce
El beso que arrebato a tus desdenes.
Yo te poseo, y juzgo las promesas
Soplo vano que el viento desvanece.
Yo creo en tus palabras de consuelo;
¡Oh! jura, amada mía, jura siempre;
Yo me juzgo dichoso al reclinarme
Sobre tu seno de animada nieve;
Yo creo, luz de la existencia mía,
Que me amará tu pecho eternamente,
Y todavía aun más, si el pensamiento,
Algo más que lo eterno soñar puede.

XIII
Sobre los ojos de mi bien amada,
¡Cuántos hermosos cantos he escrito!
¡Cuánto terceto dulce
Hice a la boca de mi bien querido!
¡Y qué canción tan tierna y tan hermosa,
Qué espléndido soneto
A su infiel corazón escrito hubiera,
Si un corazón guardara allá en su pecho
Si un corazón allá en su pecho tuviera
Si ella en su pecho guardara mi corazón.

XIV
Cada día es el mundo más absurdo.
¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!
De ti dice, pequeña hermosa mía,
Que es irascible y desigual tu genio.
Peor a cada instante te conoce;
¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!
No sabe cómo enervan tus abrazos
Y cómo abrasan tus ardientes besos.

XV
Preciso es que tú hoy al fin me lo confieses.
¿Eres acaso tú vano delirio,
Sueño que del cerebro del poeta
Nace en las tardes del ardiente estío?
Pero no, que una boca tan riente,
Que miradas tan dulces y tan tiernas,
Que un sér tan cariñoso, un ser tan bello,
Jamás pudo crearlos el poeta.
Basílicas, dragones y vampiros,
Endriagos y animales fabulosos,
Del poeta la ardiente fantasía
Deshacer y crear puede a su antojo.
Pero tú y tu malicia encantadora,
Y tu cara riente y hechicera,
Y tus dulces y pérfidas miradas
Jamás pudo crearlas el poeta.

XVI
En todo el esplendor de su hermosura
Como Venus saliendo de las ondas,
Brilla hoy mi amada en toda su belleza,
Celébranse hoy sus bodas.
¡Paciente corazón! ¡corazón mío!...
No le guardes rencor por sus traiciones;
¡Sufre y perdona a tu adorada loca,
Tus horribles dolores!

XVII
Rencor yo no te guardo,
Aunque mi pecho herido se desgarra.
¡Mi dulce amor perdido para siempre!
El tocado nupcial hoy te engalana,
Pero ni un solo rayo de tus joyas
Ilumina la noche de tu alma.
Lo sé hace mucho tiempo;
Yo te he visto flotar en mis delirios;
El fondo vi de tu alma, vi los áspides.
Que allí serpean con ardor sombrío,
Y cómo tú en el fondo desdichada
Eres también, amada mía, he visto.

XVIII
Si tú eres desdichada, y te perdono,
¡Ambos debemos ser desventurados!
¡Hasta que al fin la muerte nos sorprenda.
Debemos ser desventurados ambos!
Veo la mofa, que voltea alegre
En torno de tus labios;
Veo el brillo insolente de tus ojos;
Veo el orgullo hinchando
Tu seno, y «miserable, miserable
Eres cual yo» me digo sin embargo.
Tus labios mueve sufrimiento oculto:
Duerme una amarga lágrima en tus párpados
Y en quejas tristes de secreta pena
Está tu seno altivo rebosando:
¡Amada de mi vida,
Los dos debemos ser desventurados!

XIX
¿Acaso ya has olvidado
Que fue mío en otro tiempo
Tu pequeño corazón?
Tan bello y falso, que nada
Ni más falso ni más bello
Nunca en el mundo existió.
¿Acaso ya has olvidado
Cuando a la par mi existencia
Minaban pena y amor?
No sé decir si más grande
Era el amor o la pena;
Sé que eran grandes los dos.

XX
Si supieran las flores
Cuán triste y lacerado
Está mi corazón, derramarían
De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo.
Si supieran las aves
Cuán triste y cuán enfermo
Estoy, alegres cantos
Dieran, por distraer mi pena, al viento.
Si las estrellas de oro
Conocieran mi pena,
El cielo dejarían y a prestarme
Consuelos de fulgores descendieran.
Pero ¡ay! que nadie puede
Conocer mi quebranto;
Ella sólo lo sabe,
Ella, que el corazón me ha destrozado.

XXI
¿Por qué, dí, me dijiste, están las rosas
Tan pálidas? ¿Por qué?
¿Por qué en el verde césped las violetas
Tan marchitas se ven?
¿Por qué en el aire canta
Con voz tan melancólica la alondra?
¿Por qué los bosquecillos de jazmines
Dan a las brisas funerario aroma?
¿Por qué con luz tan triste y tan helada
El sol el prado alumbra?
¿Por qué la tierra toda
Sombría y gris está como una tumba?
¿Por qué estoy yo tan triste y tan enfermo?
Amada de mi vida, dímelo.
Oh, díme, sí, ¿por qué me abandonaste,
Amada de mi ardiente corazón?

XXII
¡Cuánto aumentaron mi pesada cuenta
Con sus quejas, mi amor!
Mas lo que abruma en realidad mi alma
No te lo han dicho, no.
Ante tí la cabeza sacudieron
Con aire grave y docto,
Y me llamaron «diablo» en tu presencia
Y lo creíste todo.
Y con todo, ¡mi bien! lo más amargo,
Eso no te lo han dicho;
Lo peor, lo más necio, lo más triste,
Está en mi corazón bien escondido.

XXIII
Los tilos florecían
Cantaba el ruiseñor;
Reía en el espacio
Alegre el claro sol;
Tu brazo contemplaba
Ceñido en torno mío,
Y alegre me estrechaste contra el pecho,
Por el amor y la ventura henchido.
Caían ya las hojas;
Crecían los arroyos;
El sol nos contemplaba
Con apagados ojos,
Helados nuestros labios
Un frío «adiós» dijeron,
Y tú me hiciste con gentil finura
El más ceremonioso cumplimiento.

XXIV
Mucho, mí bien, nos hemos adorado,
Y con todo, jamás nos ofendimos.
Siendo niños, hermosa, cuántas veces
A la mujer jugamos y al marido,
Y nunca. sin embargo, en nuestros juegos
Quedamos disgustados ni aburridos.
Más tarde, en los azares de la vida
Hemos gozado juntos y reído,
Y tiernos besos como en otros días
Sellaron a la par nuestro cariño.
Por último, el recuerdo despertando
De la niñez dichosa, que perdimos
Jugando al escondite, las praderas
Y la selva y el bosque hemos corrido,
Y escondernos supimos de tal modo
Que nunca hemos de hallarnos, dueño mío.

XXV
Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempo
Interés inspiráronte mis penas,
Y amante, consolaste y asististe
Mi dolor y mi angustia y mis miserias.
Tú me diste manjares y bebidas;
Tú llenaste mi bolsa de dinero,
Y ropa y pasaporte para el viaje
Me preparaste con celoso anhelo.
¡Amor mío! que Dios por muchos años
Te preserve del frío y del calor,
«Y que nunca del bien que tú me has hecho
Te recompense Dios.»

XXVI
Mientras yo mi regreso retardaba
En tierra extraña delirando loco,
Parecióle a mi bien larga la espera,
Mandóse preparar nupcial adorno,
Y el arco amante de sus lindos brazos
Al más necio tendió de los esposos.
¡Es mi amada tan dulce y tan hermosa!
Aun su imagen fulgura ante mis ojos;
De los suyos, las frescas violetas,
Las rosas inmarchitas de su rostro,
Y el lirio de su frente inmaculada
Florecientes se ven el año todo.
Creer que pude alejarme yo del lado
De ser tan celestial y tan hermoso;
Creer que alejarme pude, fue el más grande
Y necio error de mis errores todos.

XXVII
Angel de mis amores, cuando duermas,
En la fosa sombría,
Yo bajaré a tu lado, y en tu tumba
Me clavaré en silencio de rodillas.
Con fuerte abrazo te sujeto, loco;
Tú estás muda y helada;
Gemidos palpitantes y suspiros
En confuso rumor mí pecho exhala.
Es media noche: en grupos pavorosos,
Los muertos van danzando;
Sólo en el fondo de la tumba helada
Nosotros quedaremos abrazados.
Y cuando llame la eternal trompeta
Los muertos al tormento o a la dicha,
Nosotros en la tumba quedaremos
Para siempre abrazados vida mía.

XXVIII
Un pino se alza en la cumbre
De un monte del Norte helado.
Sueña; la nieve y el hielo
Lo envuelven con su sudario.
Sueña con una palmera
Que en el Oriente lejano,
Se alza solitaria y triste
Sobre un peñón abrasado.

XXIX
-¡Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El
escabel tan sólo de tus plantas,
Me hollarían tus pies, y de mis labios
Ni una queja tan sólo se escapara.
-¡Ah! -dice el corazón- si el acerico
Fuese yo donde clava sus agujas,
Sangre me arrancarían sus punzadas,
Y tal dolor juzgara yo ventura.
-¡Ah! si el roto papel -la canción dice-Fuera
yo con el cual sus trenzas riza,
¡Cuán quedo, en sus oídos murmurara
Cuanto vive en mi sér y en mí respira!

XXX
De mi labio huyó la risa.
A la par que ella de mí;
A mi lado llueven chistes,
Pero no puedo reír.
Tampoco el llanto a mi pecho
Consuelo le presta ya;
Mi corazón se desgarra,
Pero no puedo llorar.

XXXI
De mis penas voy formando
Mil canciones, que agitando
Su bello plumaje de oro,
Al corazón van volando
De la que sufriendo adoro.
Y después que allí han llegado,
Tristes vuelven a mi lado
Y se aumenta mi aflicción,
Y no dicen qué han hallado
Dentro de su corazón.

XXXII
Olvidar jamás yo puedo
Mi amor, mi dulce adorada,
Que fueron en otros días
Míos tu cuerpo y tu alma.
Yo aun quisiera de tu cuerpo
La esbeltez encantadora
Poseer; pero tu alma,
Tu alma, niña, es otra cosa;
Que la entierren si les place...
¡Me basta la mía sola!
Mi alma, ¡amor de mis amores!
Que yo en dos partir deseo,
Infiltrar media en tus venas,
Y unirme a ti en lazo eterno,
Para formar para siempre
Un todo de alma y de cuerpo.

XXXIII
Gentes endomingadas se pasean,
Por bosques y por prados,
Con gritos de alegría y con cabriolas
La natura esplendente saludando.
Miran con dulces ojos la romántica
Flora que nace, los verdores nuevos;
Van del gorrión la lenta melodía
En sus largas orejas absorbiendo
Yo en tanto, triste, en mi ventana corro
Cortinaje sombrío;
Me vale en pleno día una visita
De mis espectros ¡ay! siempre queridos.
Mi muerte amor también al cabo llega;
Viene del reino en que la sombra vaga,
A mi lado se sienta, y en silencio
Mi pecho traspasando van sus lágrimas.

XXXIV
Imágenes venturosas
De los tiempos de mi dicha
Salen de la tumba, y veo
Cuál fue, junto a ti, mi vida.
Soñando yo por las calles
Vagaba durante el día;
Con lástima y con espanto
Los vecinos me veían.
¡Tan demacrado y tan triste
Mi semblante aparecía!
Era mejor por la noche,
Desiertas las calles frías,
Errábamos yo y mi sombra
En callada compañía.
Con paso sonante el puente
Midiendo mis plantas iban;
Traspasando con sus rayos
Las nevadas nebecillas,
La luna me saludaba
Con seria melancolía.
Ante tu ventana inmóviles
Mis plantas se detenían,
Y tu ventana mirando,
Sangre el corazón vertía.
Yo sé bien que muchas noches
Desde tu ventana, niña,
Me has mirado, y que has podido
Ver, a la luz indecisa
De la alta luna, mi sombra
Como una columna flia.

XXXV
Un joven ama a una niña
Que de otro ansía el amor,
Pero éste se une con otra
En quien cifra su ilusión.
Con cualquiera se une entonces
La olvidada, en su rencor,
Y la pena hiere el pecho
Del que primero la amó.
Vieja historia que renace
Del mundo entre el ronco hervor,
Y que a aquel a quien sucede
Le destroza el corazón.

XXXVI
Cuando llega hasta mi oído
La canción ¿ay que mi amor
Cantaba en tiempo que ha huido,
Paréceme que rendido
Voy a morir de dolor.
Una aspiración oscura,
Del bosque triste a la altura
Con fuerza extraña me guía,
Y allí, en llanto de amargura
Se trueca la pena mía.

XXXVII
Soñé: era una princesa de mejillas
Frescas, húmedas, pálidas.
Bajo los verdes tilos reclinados,
Nuestros amantes brazos se enlazaban.
-El trono de tu padre no deseo,
Ni su cetro de oro ,
Ni ansío su corona de diamantes:
Yo quiero, flor de amor, tu amor tan sólo.
-«No es posible, -me dijo;- de la tumba
Yo habito el fondo helado.
Sólo de noche a ti venir yo puedo,
Y vengo porque te amo.»

XXXVIII
¡Eterno amor de mi vida!
Era una noche serena;
Sentados juntos estábamos
En una nave ligera,
Y cruzábamos en calma
Por mar tranquila é inmensa.
Las islas de los espíritus
Dibujaban sus riberas
Bajo la luz de la luna,
Que el éter cruzaba lenta;
Llegaban de allí las brisas
De dulces acordes llenas,
Y allí nebulosas danzas
Cruzaban el cielo aéreas.
Los misteriosos sonidos
Cada vez más dulces eran;
A cada instante la danza
Cruzaba más placentera,
Y ¡ay! sin embargo, nosotros,
Devorados por la pena,
Sin esperanza bogábamos
Por aquella mar inmensa.

XXXIX
Te amé, y te amo todavía,
Y si el mundo sucumbiera,
Entre su ruina ardería
Y hasta el cielo subiría
De mi amor la eterna hoguera.

XL
De la aurora a los fulgores
Cruzaba el jardín hermoso,
Cuchicheaban las flores;
Yo pensando en mis dolores
Caminaba silencioso.
Las flores, que murmuraban,
Con compasión me miraban:
-«No aborrezcas anhelante
A nuestra hermana, -gritaban,-Sombrío
y pálido amante.»

XLI
Mi pasión desesperada
Brilla en su lujo sombrío
Como una historia arrancada
Al Oriente, y relatada
En una noche de estío
Por un jardín caminaban
Dos amantes: no sonaban
Ni un rumor ni voz alguna;
Los ruiseñores cantaban;
Brillaba la casta luna.
Ella se paró gozosa;
A sus pies el caballero
Hundió la frente orgullosa;
Mas... vino el gigante fiero
Y huyó temblando la hermosa.
El doncel ensangrentado
Al cabo rueda sin brío;
El gigante se ha ocultado;
Enterrad mi cuerpo frío,
Y está el cuento terminado.

XLII
¡Cuánto me han hecho sufrir,
Y llorar y padecer,
Las unas con su cariño,
Las otras con su desdén!
Sobre mi pan y mi copa
Derramaron el dolor,
Las unas con su del precio,
Las otras con su pasión.
Mas la que con más tormentos
Logró mi vida amargar,
Ni despreció mis amores,
Ni amor me tuvo jamás.

XLIII
Tu rostro, dueño adorado,
Besa el estío brillante
Con su fulgor sonrosado,
Y en tu pecho, palpitante
Está el invierno encerrado.
Mas tal vez, pronto, bien mío,
Como nada existe eterna,
Extenderá el hado impío
Sobre tu rostro el invierno,
Sobre tu pecho el estío.

XLIV
Cuando a dos que se idolatran,
Separa el destino adverso,
Lloran y se dan la mano,
Y suspiran sin consuelo.
No lloraron nuestros ojos,
Ni nuestros labios gimieron;
Llanto y suspiros de pena
Nos atormentaron luego.

XLV.
Hablaban del amor, problema eterno,
Junto a una mesa, donde el té humeaba,
Haciendo de él, estética los hombres,
Sentimiento las damas.
«Siempre el amor platónico ser debe,»
Dijo con calma el flaco consejero;
La consejera suspiró al oírlo,
Mientras huyó un suspiro de su pecho.
Entre bostezos murmuró el canónigo:
«El amor sensüal es vil pecado
Que el alma pierde y la salud destroza.»
«¿Por qué?» pensó la joven entretanto.
«¡Ay! -dijo la Condesa- amor fue siempre
Pasión que eleva al infinito el alma.»
Y después al Barón, tierna y amable,
Con cortesía presentó una taza.
Aun quedaba un lugar junto a la mesa,
Y faltabas, bien mío,
Tú, que también tus sabias opiniones,
Tal vez, sobre el amor, hubieras dicho.

XLVI
Están envenenadas mis canciones,
¿Cómo no, vida mía?
Tú el veneno has vertido
Sobre la flor hermosa de mi vida.
Están envenenadas mis canciones,
¿Y cómo no, bien mío?
Serpientes mil mi corazón enlazan,
Y en él vas tú además, dueño querido.

XLVII
Volví a soñar bajo los altos tilos;
Hermosa noche estábamos,
Y de amor y de dicha en el exceso,
Fidelidad eterna nos jurábamos.
Seguía la promesa a la promesa
Entre ósculos ardientes;
Porque yo no olvidase un juramento,
Señalaste mi mano con tus dientes.
¡Oh! Dulce bien de los azules ojos
Y blanca dentadura,
El juramento, a mi entender, bastaba;
Sobraba, a no dudar, la mordedura.

XLVIII
A la cumbre subí, y ardi6 en mi pecho
Sentimental locura:
-Si un pájaro yo fuese,-Exclamé
suspirando con ternura,
Si fuera yo la golondrina errante,
Hacia tí volaría,
Y mi pequeño nido
De tu ventana en la cornisa haría.
Hacia tí volaría niña hermosa,
Si fuera ruiseñor,
Y en la enramada oyeras
De noche las canciones de mi amor.
Y si un canario fuese, también, loco,
Hacia tu corazón volando fuera,
Que sé, mi bien, que los canarios amas,
Y que te alegra su canción parlera.

XLIX
Lloraba porque en sueños
Te contemplaba muerta;
Despierto al fin me ví, copioso llanto
Surcaba ardiente mis mejillas yertas.
Lloraba porque en sueños
Ví que me abandonabas;
Después de despertar, aun mucho tiempo
Vertí en silencio lágrimas amargas.
Lloraba porque en sueños
Miré que aun me querías;
Desperté, y el torrente de mis lágrimas
Aun corre por mis pálidas mejillas.

L
Todas las noches, en mis tristes sueños,
Sonriendo te miro,
Y caigo, amante, suspirando loco
Ante tus pies queridos.
Me miras con tristeza, sacudiendo
Tu cabecita rubia,
Y por tus ojos de tu amargo llanto
Corren las perlas húmedas.
Y me dices muy bajo una palabra,
Y de rosas me entregas blanco ramo,
Y al despertar el ramo ya no existe
Y la palabra aquella he olvidado.

LI
Revuelve el viento la lluvia
De la noche entre las sombras:
¿Qué hará el ángel de mi vida?
¿Qué hará mi amor a estas horas?
Yo la veo en su ventana
Llenos los ojos de llanto,
Sus pupilas celestiales
En las tinieblas clavando.

LII
La selva azota viento penetrante;
Muda la noche tiende su sudario;
En capa gris envuelto, palpitante
Cruzo a caballo el bosque solitario.
Mis locos pensamientos bulliciosos
A mi corcel le sirven de avanzada,
Y ligeros me llevan, y gozosos,
Hasta el rico palacio de mi amada.
Ladran los perros con inquieto brío;
Con antorchas los pajes aparecen;
Subo, y sobre el marmóreo graderío
Mis espuelas sonando se estremecen.
En cámara de luces adornada,
Entre un ambiente tibio y perfumado,
Mi dulce bien espera mi llegada,
Y entre sus brazos caigo enamorado.
En tanto, el viento lúgubre murmura
Entre las ramas de la vieja encina:
«¿Dónde vas, paladín de la locura?
¿Dónde tu loco sueño te encamina?»

LIII
De su luciente morada
Se ha desprendido una estrella;
El astro de los amores
Que desciende hasta la tierra.
De los bosques se desprenden
Blancas flores y hojas secas,
Que arrastran regocijados
Los vientos en su carrera.
Canta el cisne en el estanque
Y de la arilla se aleja;
Calla su voz, y en las aguas
Su fosa líquida encuentra.
Huyeron hojas y flores;
Todo es silencio y tinieblas;
El astro se hundió en el polvo;
La voz de cisne no suena.

LIV
Un sueño me ha trasladado
A un castillo gigantesco,
Donde, entre tibios vapores
Y fulgores y destellos,
Muchedumbre abigarrada
Invadía con estruendo
El laberinto confuso
De ricos compartimientos.
Buscaba la turba pálida
La salida, con anhelo,
Retorciéndose las manos
Y con angustia gimiendo.
Se mezclaban con la turba
Las damas y caballeros,
Y yo mismo me vi pronto
En aquel tumulto envuelto.
De pronto me encontré solo,
Y me pregunté en silencio
Cómo pudo aquella turba
Desvanecerse tan presto.
Corrí; crucé desalado
Intrincados aposentos
Que a mi vista se extendían
En laberinto siniestro.
Eran cada vez mis pasos
Más pesados y más lentos;
Invadía helada, triste,
Fría angustia mi cerebro,
Y de hallar una salida
Ya dudaba en mi despecho.
Veo al fin la última puerta
Abrirla anhelante intento;
¿Mas quién ¡oh Dios! me detiene
Cuando salvarme deseo?
Era mi amada, que estaba
Ante la puerta en silencio,
Con el suspiro en los labios
Y en la frente el desconsuelo:
Volví hacia atrás, que me hacía
Su mano signo siniestro;
Pero ¿era aviso o reproche?
No podía comprenderlo.
Brillaba en sus claros ojos
Tan dulce y amante fuego,
Que aceleró sus latidos
Mi corazón en el pecho.
Y mientras que me miraba
Con aquel aire severo,
Mas tan lleno de dulzura
Y amor, me encontré despierto.

LV
En noche fría y triste, paseaba
Por el bosque sombrío mi tristeza,
Y el árbol que a mi paso despertaba,
Compasivo inclinaba la cabeza.
LVI
Yacen bajo la tierra los suicidas,
Al final de la negra encrucijada,
Y allí crece una humilde florecilla.
La flor azul del alma condenada.
Era la noche silenciosa y muda;
Llegué a la encrucijada suspirando;
Ante el fulgor de la amarilla luna
Aquella flor azul miré oscilando.

LVII
Me envuelve la sombra oscura,
Desde que tus ojos bellos
No alumbran con sus destellos
Mi camino de amargura.
Del amor y la alegría
No veo el astro brillante;
Tengo el abismo delante;
Trágame, noche sombría.

LVIII
Plomo en mi boca, en mi pupila sombra,
La mente entorpecida,
Y el corazón cansado,
En el fondo de un féretro gemía.
Después de haber dormido mucho tiempo
Se despertó mi alma.
Me pareció que oía
Alguno que a mi tumba se acercaba.
-«¿No quieres levantarte, Enrique mío?
El día eterno brilla,
Los muertos ya se alzaron,
Comienza al cabo la perpetua dicha.
-No puedo levantarme, amada mía;
Mírame bien, soy ciego;
Tanto por tí he llorado,
Que al fin mis ojos se quedaron secos.
-Enrique, con mis besos, de tus ojos
Ahuyentaré la noche;
Es preciso que veas
Los ángeles y el cielo y los fulgores.
-No puedo levantarme, amada mía;
La herida que tu lengua
Abrió en mi pecho amante,
Aun mana sangre y permanece abierta.

-Sobre tu corazón tan sólo, Enrique,
Apoyaré mi mano
No manará más sangre;
De aquella herida quedarás curado.
-No puedo levantarme, amada mía:
Tengo herida la frente;
Una bala de plomo metí en ella
Cuando me enloquecieron tus desdenes.
-Enrique, con los bucles de mi pelo
Yo cerraré tu herida,
Restañaré tu sangre
Y volverá a tu pecho la alegría.»
No pude resistir; era tan dulce
La voz que me llamaba,
Que quise levantarme
Y correr al encuentro de mi amada.
Y se abrieron de pronto mis heridas,
Y la sangre mis sienes y mi pecho
Anegó en turbulentas oleadas,
Y desperté llorando de mi sueño.


Epílogo

Enterrar quiero mis cantos,
Quiero enterrar mis quimeras;
Féretro insondable quiero,
Fosa necesito inmensa.
Ha de guardar muchas cosas
El ataúd bajo tierra;
Quiero que tenga más fondo
Que el tonel de Heidelberga.
Buscadme féretro duro,
De planchas fuertes y espesas,
Aun más largo que el gran puente
Que hay sobre el Rhin en Magencia.
Y buscad doce gigantes
De más vigor y más fuerza
Que el enorme San Cristóbal
Que hay de Colonia en la iglesia.
Que lo arrojen al profundo
Seno de la mar inmensa;
Que tal ataúd, tal fosa
Es necesario que tenga.
¿Sabéis ¡ay! por qué es preciso
Que enorme el féretro sea?
Porque en él enterrar quiero
Mis amores y mis penas.




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DOÑA PRIMAVERA by GABRIELA MISTRAL

>
Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.

Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.

Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!

Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo...

No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?

¿Cómo va a encontralas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?

De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.

Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas...

Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:

Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.


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DIVAGACION by RUBEN DARIO

>


¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas fragancias
que hicieron los delirios de las liras
en las Grecias, las Romas y las Francias.

¡Suspira así! Revuelen las abejas,
al olor de la olímpica ambrosía,
en los perfumes que en el aire dejas;
y el dios de piedra se despierta y ría.

Y el dios de piedra se despierte y cante
la gloria de los tirsos florecientes
en el gesto ritual de la bacante
de rojos labios y nevados dientes:

En el gesto ritual que en las hermosas
Ninfalias guía a la divina hoguera,
hoguera que hace llamear las rosas
en las manchadas pieles de pantera.

Y pues amas reír, ríe, y la brisa
lleve el son de los líricos cristales
de tu reír, y haga temblar la risa
la barba de Términos joviales.

Mira hacia el lado del boscaje, mira
blanquear el muslo de marfil de Diana,
y después de la Virgen, la Hetaíra
diosa, blanca, rosa y rubia hermana.

Pasa en busca de Adonis; sus aromas
deleitan a las rosas y los nardos;
síguela una pareja de palomas,
y hay tras ella una fuga de leopardos.

* * *

¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
galantes busco, en donde se recuerde,
al suave son de rítmicas orquestas,
la tierra de la luz y el mirto verde.

(Los abates refieren aventuras
a las rubias marquesas. Soñolientos
filósofos defienden las ternuras
del amor, con sutiles argumentos,

mientras que surge de la verde grama,
en la mano el acanto de Corinto,
una ninfa a quien puso un epigrama
Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto.

Amo más que la Grecia de los griegos
la Grecia de la Francia, porque Francia,
al eco de las Risas y los Juegos,
su más dulce licor Venus escancia.

Demuestran más encantos y perfidias,
coronadas de flores y desnudas,
las diosas de Glodión que las de Fidias;
unas cantan francés, otras son mudas.

Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio.
Ha perdido su imperio el dios bifronte.

Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
donde el amor de mi madrina, un hada,
tus frescos labios a los míos juntes).

Sones de bandolín. El rojo vino
conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
del bandolín, y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones,
la barba de los Términos joviales.

(Un coro de poetas y pintores
cuenta historias picantes. Con maligna
sonrisa alegre aprueban los señores.
Clelia enrojece, una dueña se signa).

¿O un amor alemán??que no han sentido
jamás los alemanes?: la celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una roca agreste,

la luz de nieve que del cielo llega
y baña a una hermosa que suspira
la queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira.

Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
un cincelado témpano viajero,
con su cuello enarcado en forma de S.

Y del divino Enrique Heine un canto,
a la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
y de la uva teutona el blanco vino.

O amor lleno de sol, amor de España,
amor lleno de púrpuras y oros;
amor que da el clavel, la flor extraña
regada con la sangre de los toros;

flor de gitanas, flor que amor recela,
amor de sangre y luz, pasiones locas;
flor que trasciende a clavo y a canela,
roja cual las heridas y las bocas.

* * *

¿Los amores exóticos acaso...?
Como rosa de Oriente me fascinas:
me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.

¡Oh bello amor de mil genuflexiones:
torres de kaolín, pies imposibles,
tasas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!

Ámame en chino, en el sonoro chino
de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan el destino;
madrigalizaré junto a tus labios.

Diré que eres más bella que la Luna:
que el tesoro del cielo es menos rico
que el tesoro que vela la importuna
caricia de marfil de tu abanico.

* * *

Ámame japonesa, japonesa
antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones,

que aun ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camarín de plata
ornado al par de crisantemo y loto,
la civilización del Yamagata.

O con amor hindú que alza sus llamas
en la visión suprema de los mitos,
y hacen temblar en misteriosas bramas
la iniciación de los sagrados ritos.

En tanto mueven tigres y panteras
sus hierros, y en los fuertes elefantes
sueñan con ideales bayaderas
los rajahs, constelados de brillantes.

O negra, negra como la que canta
en su Jerusalén al rey hermoso,
negra que haga brotar bajo su planta
la rosa y la cicuta del reposo...

Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida
a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida.

Ámame así, fatal cosmopolita,
universal, inmensa, única, sola
y todas; misteriosa y erudita:
ámame mar y nube, espuma y ola.

Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
tendrán rosas y miel tus dromedarios.

sábado, 6 de septiembre de 2008

ENCAJES by Manuel Machado

Alma son de mis cantares,

tus hechizos...
Besos, besos
a millares. Y en tus rizos,
besos, besos a millares.
¡Siempre amores! ¡Nunca amor!

Los placeres
van de prisa:
una risa
y otra risa,
y mil nombres de mujeres,
y mil hojas de jazmín
desgranadas
y ligeras...
Y son copas no apuradas,
y miradas
pasajeras,
que desfloran nada más.

Desnudeces,
hermosuras,
carne tibia y morbideces,
elegancias y locuras...

No me quieras, no me esperes...
¡No hay amor en los placeres!
¡No hay placer en el amor!



CANTARES by Manuel Machado


Vino, sentimiento, guitarra y poesía,
hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.

A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.

No importa la vida, que ya está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...

Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.

Madre, pena, suerte; pena, madre, muerte;
ojos negros, negros, y negra la suerte.
Cantares...
En ellos, el alma del alma se vierte.

Cantares. Cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.
Cantares...
No tiene más notas la guitarra mía.

ADELFOS by Manuel Machado

>

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
—soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!

¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

París, 1899


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TESTAMENTO by Pablo neruda


DEJO mis viejos libros, recogidos
en rincones del mundo, venerados
en su tipografía majestuosa,
a los nuevos poetas de América,
a los que un día
hilarán en el ronco telar interrumpido
las significaciones de mañana.

Ellos habrán nacido cuando el agreste puño
de leñadores muertos y mineros
haya dado una vida innumerable
para limpiar la catedral torcida,
el grano desquiciado, el filamento
que enredó nuestras ávidas llanuras.
Toquen ellos infierno, este pasado
que aplastó los diamantes, y defiendan
los mundos cereales de su canto,
lo que nació en el árbol del martirio.

Sobre los huesos de caciques, lejos
de nuestra herencia traicionada, en pleno
aire de pueblos que caminan solos,
ellos van a poblar el estatuto
de un largo sufrimiento victorioso.

Que amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora,
mi Garcilaso, mi Quevedo:
fueron
titánicos guardianes, armaduras
de platino y nevada transparencia,
que me enseñaron el rigor, y busquen
en mi Lautréamont viejos lamentos
entre pestilenciales agonías.
Que en Maiakovsky vean cómo ascendió la estrella
y cómo de sus rayos nacieron las espigas.

TESTAMENTO by Pablo Neruda


DEJO a los sindicatos
del cobre, del carbón y del salitre
mi casa junto al mar de Isla Negra.
Quiero que allí reposen los maltratados hijos
de mi patria, saqueada por hachas y traidores,
desbaratada en su sagrada sangre,
consumida en volcánicos harapos.

Quiero que al limpio amor que recorriera
mi dominio, descansen los cansados,
se sienten a mi mesa los oscuros,
duerman sobre mi cama los heridos.

Hermano, ésta es mi casa, entra en el mundo
de flor marina y piedra constelada
que levanté luchando en mi pobreza.
Aquí nació el sonido en mi ventana
como en una creciente caracola
y luego estableció sus latitudes
en mi desordenada geología.

Tu vienes de abrasados corredores,
de túneles mordidos por el odio,
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía

LOS HOMBRES Y LAS ISLAS by Pablo Neruda



LOS hombres oceánicos despertaron, cantaban
las aguas en las islas, de piedra en piedra verde:
las doncellas textiles cruzaban el recinto
en que el fuego y la lluvia entrelazados
procreaban diademas y tambores.
La luna melanésica
fue una dura madrépora, las flores azufradas
venían del océano, las hijas
de la tierra temblaban como olas
en el viento nupcial de las palmeras
y entraron a la carne los arpones
persiguiendo las vidas de la espuma.

Canoas balanceadas en el día desierto,
desde las islas como puntos de polen hacia
la metálica masa de América nocturna:
diminutas estrellas sin nombre, perfumadas
como manantiales secretos, rebosantes
de plumas y corales, cuando
los ojos oceánicos descubrieron la altura
sombría de la costa del cobre, la escarpada
torre de nieve, y los hombres de arcilla
vieron bailar los estandartes húmedos
y los ágiles hijos atmosféricos
de la remota soledad marina,
llegó la rama
del azahar perdido, vino el viento
de la magnolia oceánica, la dulzura
del acicate azul en las caderas,
el beso de las islas sin metales,
puras como la miel desordenada,
sonoras como sábanas del cielo.

FELIZ AÑO PARA MI PATRIA EN TINIEBLAS by Pablo Neruda


FELIZ año, este año, para ti, para todos
los hombres, y las tierras, Araucanía amada.
Entre tú y mi existencia hay esta noche nueva
que nos separa, y bosques y ríos y caminos.
Pero hacia ti, pequeña patria mía,
como un caballo oscuro mi corazón galopa:
entro por sus desiertos de pura geografía,
paso los valles verdes donde la uva acumula
sus verdes alcoholes, el mar de sus racimos.
Entro en tus pueblos de jardín cerrado,
blancos como camelias en el agrio
olor de tus bodegas, y penetro
como un madero al agua de los ríos que tiemblan
trepidando y cantando con labios desbordados.

Recuerdo, en los caminos, tal vez en este tiempo,
o más bien en otoño, sobre las casas dejan
las mazorcas doradas del maíz a secarse,
y cuántas veces fui como un niño arrobado
viendo el oro en los techos de los pobres.

Te abrazo, debo ahora
retornar a mi sitio escondido. Te abrazo
sin conocerte: dime quién eres, reconoces
mi voz en el coro de lo que está naciendo?
Entre todas las cosas que te rodean, oyes
mi voz, no sientes cómo te rodea mi acento
emanado como agua natural de la tierra?

Soy yo que abrazo toda la superficie dulce,
la cintura florida de mi patria y te llamo
para que hablemos cuando se apague la alegría
y entregarte esta hora como una flor cerrada.
Feliz año nuevo para mi patria en tinieblas.
Vamos juntos, está el mundo coronado de trigo,
el alto cielo corre deslizando y rompiendo
sus altas piedras puras contra la noche; apenas
se ha llenado la nueva copa con un minuto
que ha de juntarse al río del tiempo que nos lleva.
Este tiempo, esta copa, esta tierra son tuyos:
conquístalos y escucha cómo nace la aurora.

A RAFAEL ALBERTI by Pablo Neruda


(Puerto de Santa María, España).

RAFAEL, antes de llegar a España me salió al
camino
tu poesía, rosa literal, racimo biselado,
y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo,
sino luz olorosa, emanación de un mundo.

A tu tierra reseca por la crueldad trajiste
el rocío que el tiempo había olvidado,
y España despertó contigo en la cintura,
otra vez coronada de aljófar matutino.

Recordarás lo que yo traía: sueños
despedazados
por implacables ácidos, permanencias
en aguas desterradas, en silencios
de donde las raíces amargas emergían
como palos quemados en el bosque.
Cómo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?

A tu país llegué como quien cae
a una luna de piedra, hallando en todas
partes
águilas del erial, secas espinas,
pero tu voz allí, marinero, esperaba
para darme la bienvenida y la fragancia
del alhelí, la miel de los frutos marinos.

Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.

Los pinares del Sur, las razas de la uva
dieron a tu diamante cortado sus resinas,
y al tocar tan hermosa claridad, mucha
sombra
de la que traje al mundo, se deshizo.

Arquitectura hecha en la luz, como los
pétalos,
a través de tus versos de embriagador aroma
yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria,
y a ti más que a ninguno debo España.
Con tus dedos toqué panal y páramo,
conocí las orillas gastadas por el pueblo
corno por un océano, y las gradas
en que la poesía fue estrellando
toda su vestidura de zafiros.

Tú sabes que no enseña sino el hermano. Y en esa
hora no sólo aquello me enseñaste,
no sólo la apagada pompa de nuestra estirpe,
sino la rectitud de tu destino,
y cuando una vez más llegó la sangre a España
defendí el patrimonio del pueblo que era mío.

Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas.
Yo quiero solamente estar contigo,
y hoy que te falta la mitad de la vida,
tu tierra, a la que tienes más derecho que un
árbol,
hoy que de las desdichas de la patria no sólo
el luto del que amamos, sino tu ausencia cubren
la herencia del olivo que devoran los lobos,
te quiero dar, ay!, si pudiera, hermano grande,
la estrellada alegría que tú me diste entonces.

Entre nosotros dos la poesía
se toca como piel celeste,
y contigo me gusta recoger un racimo,
este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.

La envidia que abre puertas en los seres
no pudo abrir tu puerta ni la mía. Es hermoso
como cuando la cólera del viento
desencadena su vestido afuera
y están el pan, el vino y el fuego con nosotros
dejar que aúlle el vendedor de furia,
dejar que silbe el que pasó entre tus pies,
y levantar la copa llena de ámbar
con todo el rito de la transparencia.

Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?
Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.
Alguien quiere enterrarnos precipitadamente?
Está bien, pero tiene la obligación del vuelo.

Vendrán, pero quién puede sacudir la cosecha
que con la mano del otoño fue elevada
hasta teñir el mundo con el temblor del vino?

Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado
de mi América húmeda y torrencial, a veces
pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,
y me rodea el odio, tal vez nada, el vacío
de un vacío, el crepúsculo
de un perro, de una rana,
y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,
y quiero irme a tu casa en que, yo sé, me esperas,
sólo para ser buenos como sólo nosotros
podemos serlo. No debemos nada.

Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera.

Volverás, volveremos. Quiero contigo un día
en tus riberas, ir embriagados de oro
hacia tus puertos, puertos del Sur que entonces no
alcancé.
Me mostrarás el mar donde sardinas
y aceitunas disputan las arenas,
y aquellos campos con los toros de ojos verdes
que Villalón (amigo que tampoco
me vino a ver, porque estaba enterrado)
tenía, y los toneles del jerez, catedrales
en cuyos corazones gongorinos
arde el topacio con pálido fuego.

Iremos, Rafael, adonde yace
aquel que con sus manos y las tuyas
la cintura de España sostenía.
El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú
guardas,
porque sólo tu existencia lo defiende.

Allí está Federico, pero hay muchos que, hundidos,
enterrados,
entre las cordilleras españolas, caídos
injustamente, derramados,
perdido cereal en las montañas,
son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.

Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso.
A nadie más que a ti te buscaron, querían
devorarte los lobos, romper tu poderío.
Cada uno quería ser gusano en tu muerte.

Pues bien, se equivocaron. Es tal vez la estructura
de tu canción, intacta transparencia,
armada decisión de tu dulzura,
dureza, fortaleza, delicada,
la que salvó tu amor para la tierra.

Yo iré contigo para probar el agua
del Genil, del dominio que me diste,
a mirar en la plata que navega
las efigies dormidas que fundaron
las sílabas azules de tu canto.

Entraremos también en las herrerías: ahora
el metal de los pueblos allí espera
nacer en los cuchillos: pasaremos cantando
junto a las redes rojas que mueve el firmamento.
Cuchillos, redes, cantos borrarán los dolores.
Tu pueblo llevará con las manos quemadas
por la pólvora, como laurel de las praderas,
lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.

Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma
de la patria que el pueblo reconquista con truenos,
y no es un día solo el que elabora
la miel perdida, la verdad del sueño,
sino cada raíz que se hace canto
hasta poblar el mundo con sus hojas.
Tú estás allí, no hay nada que no mueva
la luna diamantina que dejaste:

la soledad, el viento en los rincones,
todo toca tu puro territorio,
y los últimos muertos, los que caen
en la prisión, leones fusilados,
y los de las guerrillas, capitanes
del corazón, están humedeciendo
tu propia investidura cristalina,
tu propio corazón con sus raíces.

Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que
compartimos
dolores que dejaron una herida radiante,
el caballo de la guerra que con sus herraduras
atropelló la aldea destrozando los vidrios.
Todo aquello nació bajo la pólvora,
todo aquello te aguarda para elevar la espiga,
y en ese nacimiento se envolverán de nuevo
el humo y la ternura de aquellos duros días.

Ancha es la piel de España y en ella tu acicate
vive como una espada de ilustre empuñadura,
y no hay olvido, no hay invierno que te borre,
hermano fulgurante, de los labios del pueblo.
Así te hablo, olvidando tal vez una palabra,
contestando al fin cartas que no recuerdas
y que cuando los climas del Este me cubrieron
como aroma escarlata, llegaron
hasta mi soledad.
Que tu frente dorada
encuentre en esta carta un día de otro tiempo,
y otro tiempo de un día que vendrá.
Me despido
hoy, 1948, dieciséis de diciembre,
en algún punto de América en que canto.

FLORES DE PUNITAQUI by Pablo Neruda


ERA dura la patria allí como antes.
Era una sal perdida el oro,
era
un pez enrojecido y en el terrón colérico
su pequeño minuto triturado
nacía, iba naciendo de las uñas sangrientas.

Entre el alba como un almendro frío,
bajo los dientes de las cordilleras,
el corazón perfora su agujero,
rastrea, toca, sufre, sube y a la altura
más esencial, más planetaria, llega
con camiseta rota.

Hermano de corazón quemado,
junta en mi mano esta jornada,
y bajemos una vez más a las capas dormidas
en que tu mano como una tenaza
agarró el oro vivo que quería volar
aún más profundo, aún más abajo, aún.

Y allí con unas flores
las mujeres de allí, las chilenas de arriba,
las minerales hijas de la mina,
un ramo entre mis manos, unas flores
de Punitaqui, unas rojas flores,
geranios, flores pobres
de aquella tierra dura,
depositaron en mis manos como
si hubieran sido halladas en la mina más honda,
si aquellas flores hijas de agua roja
volvieran desde el fondo sepultado del hombre.

Tomé sus manos y sus flores, tierra
despedazada y mineral, perfume
de pétalos profundos y dolores.
Supe al mirarlas de dónde vinieron
hasta la soledad dura del oro,
me mostraron como gotas de sangre
las vidas derramadas.

Eran en su pobreza
la fortaleza florecida, el ramo
de la ternura y su metal remoto.

Flores de Punitaqui, arterias, vidas, junto
a mi cama, en la noche, vuestro aroma
se levanta y me guía por los más subterráneos
corredores del duelo,
por la altura picada, por la nieve, y aun
por las raíces donde sólo las lágrimas
alcanzan.

Flores, flores de altura,
flores de mina y piedra, flores
de Punitaqui, hijas
del amargo subsuelo: en mí, nunca olvidadas,
quedasteis vivas, construyendo
la pureza inmortal, una corola
de piedra que no muere.

A TODOS ,A VOSOTROS by Pablo Neruda


>

A TODOS, a vosotros,
los silenciosos seres de la noche
que tomaron mi mano en las tinieblas, a vosotros,
lámparas
de la luz inmortal, líneas de estrella,
pan de las vidas, hermanos secretos,
a todos, a vosotros,
digo: no hay gracias,
nada podrá llenar las copas
de la pureza,
nada puede
contener todo el sol en las banderas
de la primavera invencible,
como vuestras calladas dignidades.
Solamente
pienso
que he sido tal vez digno de tanta
sencillez, de flor tan pura,
que tal vez soy vosotros, eso mismo,
esa miga de tierra, harina y canto,
ese amasijo natural que sabe
de dónde sale y dónde pertenece.
No soy una campana de tan lejos,
ni un cristal enterrado tan profundo
que tú no puedas descifrar, soy sólo
pueblo, puerta escondida, pan oscuro,
y cuando me recibes, te recibes
a ti mismo, a ese huésped
tantas veces golpeado
y tantas veces
renacido.
A todo, a todos,
a cuantos no conozco, a cuantos nunca
oyeron este nombre, a los que viven
a lo largo de nuestros largos ríos,
al pie de los volcanes, a la sombra
sulfúrica del cobre, a pescadores y labriegos,
a indios azules en la orilla
de lagos centelleantes como vidrios,
al zapatero que a esta hora interroga
clavando el cuero con antiguas manos,
a ti, al que sin saberlo me ha esperado,
yo pertenezco y reconozco y canto.

SE UNEN LA TIERRA Y EL HOMBRE by Pablo Neruda


ARAUCANÍA, ramo de robles torrenciales,
oh Patria despiadada, amada oscura,
solitaria en tu reino lluvioso:
eras sólo gargantas minerales,
manos de frío, puños
acostumbrados a cortar peñascos:
eras, Patria, la paz de la dureza
y tus hombres eran rumor,
áspera aparición, viento bravío.

No tuvieron mis padres araucanos
cimeras de plumaje luminoso,
no descansaron en flores nupciales,
no hilaron oro para el sacerdote:
eran piedra y árbol, raíces
de los breñales sacudidos,
hojas con forma de lanza,
cabezas de metal guerrero.

Padres, apenas levantasteis
el oído al galope, apenas en la cima
de los montes, cruzó el rayo
de Araucanía.
Se hicieron sombra los padres de piedra,
se anudaron al bosque, a las tinieblas
naturales, se hicieron luz de hielo,
asperezas de tierras y de espinas,
y así esperaron en las profundidades
de la soledad indomable:
uno era un árbol rojo que miraba,
otro un fragmento de metal que oía,
otro una ráfaga de viento y taladro,
otro tenía el color del sendero.
Patria, nave de nieve,
follaje endurecido:
allí naciste, cuando el hombre tuyo
pidió a la tierra su estandarte
y cuando tierra y aire y piedra y lluvia,
hoja, raíz, perfume, aullido,
cubrieron como un manto al hijo,
lo amaron o lo defendieron.
Así nació la patria unánime:
la unidad antes del combate.

viernes, 5 de septiembre de 2008

SIGNIFICA SOMBRAS by Pablo Neruda

>

QUÉ esperanza considerar, qué presagio puro,
qué definitivo beso enterrar en el corazón,
someter en los orígenes del desamparo y la inteligencia,
suave y seguro sobre las aguas eternamente turbadas?

Qué vitales, rápidas alas de un nuevo ángel de sueños
instalar en mis hombros dormidos para seguridad perpetua,
de tal manera que el camino entre las estrellas de la muerte
sea un violento vuelo comenzado desde hace muchos días y meses y siglos?

Tal vez la debilidad natural de los seres recelosos y ansiosos
busca de súbito permanencia en el tiempo y límites en la tierra,
tal vez las fatigas y las edades acumuladas implacablemente
se extienden como la ola lunar de un océano recién creado
sobre litorales y tierras angustiosamente desiertas.

Ay, que lo que soy siga existiendo y cesando de existir,
y que mi obediencia se ordene con tales condiciones de hierro
que el temblor de las muertes y de los nacimientos no conmueva
el profundo sitio que quiero reservar para mí eternamente.

Sea, pues, lo que soy, en alguna parte y en todo tiempo,
establecido y asegurado y ardiente testigo,
cuidadosamente destruyéndose y preservándos incesantemente,
evidentemente empeñado en su deber original.

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HAGO GIRAR MIS BRAZOS by PABLO NERUDA


HAGO girar mis brazos como dos aspas locas...
en la noche toda ella de metales azules.

Hacia donde las piedras no alcanzan y retornan.
Hacia donde los fuegos oscuros se confunden.
Al pie de las murallas que el viento inmenso abraza.
Corriendo hacia la muerte como un grito hacia el eco.

El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche
y la ola del designio, y la cruz del anhelo.
Dan ganas de gemir el más largo sollozo.
De bruces frente al muro que azota el viento inmenso.

Pero quiero pisar más allá de esa huella:
pero quiero voltear esos astros de fuego:
lo que es mi vida y es más allá de mi vida,
eso de sombras duras, eso de nada, eso de lejos:
quiero alzarme en las últimas cadenas que me aten,
sobre este espanto erguido, en esta ola de vértigo,
y echo mis piedras trémulas hacia este país negro,
solo, en la cima de los montes,
solo, como el primer muerto,
rodando enloquecido, presa del cielo oscuro
que mira inmensamente, como el mar en los puertos.

Aquí, la zona de mi corazón,
llena de llanto helado, mojada en sangres tibias.
Desde él, siento saltar las piedras que me anuncian.
En él baila el presagio del humo y la neblina.
Todo de sueños vastos caídos gota a gota.
Todo de furias y olas y mareas vencidas.
Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano.
Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en mi vida.
Y en él cimbro las hondas que van volteando estrellas!
Y en él suben mis piedras en la noche enemiga!
Quiero abrir en los muros una puerta. Eso quiero.
Eso deseo. Clamo. Grito. Lloro. Deseo.
Soy el más doloroso y el más débil. Lo quiero.
El lejano, hacia donde ya no hay más que la noche.

Pero mis hondas giran. Estoy. Grito. Deseo.
Astro por astro, todos fugarán en astillas.
Mi fuerza es mi dolor, en la noche. Lo quiero.
He de abrir esa puerta. He de cruzarla. He de vencerla.
Han de llegar mis piedras. Grito. Lloro. Deseo.

Sufro, sufro y deseo. Deseo, sufro y canto.
Río de viejas vidas, mi voz salta y se pierde.
Tuerce y destuerce largos collares aterrados.
Se hincha como una vela en el viento celeste.
Rosario de la angustia, yo no soy quien lo reza.
Hilo desesperado, yo no soy quien lo tuerce.
El salto de la espada a pesar de los brazos.
El anuncio en estrellas de la noche que viene.
Soy yo: pero es mi voz la existencia que escondo.
El temporal de aullidos y lamentos y fiebres.
La dolorosa sed que hace próxima el agua.
La resaca invencible que me arrastra a la muerte.

Gira mi brazo entonces, y centellea mi alma.
Se trepan los temblores a la cruz de mis cejas.
He aquí mis brazos fieles! He aquí mis manos ávidas!
He aquí la noche absorta! Mi alma grita y desea!
He aquí los astros pálidos todos llenos de enigma!
He aquí mi sed que aúlla sobre mi voz ya muerta!
He aquí los cauces locos que hacen girar mis hondas!
Las voces infinitas que preparan mi fuerza!
Y doblado en un nudo de anhelos infinitos,
en la infinita noche, suelto y suben mis piedras.

Más allá de esos muros, de esos límites, lejos.
Debo pasar las rayas de la lumbre y la sombra.
Por qué no he de ser yo? Grito. Lloro. Deseo.
Sufro, sufro y deseo. Cimbro y zumban mis hondas.
El viajero que alargue su viaje sin regreso.
El hondero que trice la frente de la sombra.
Las piedras entusiastas que hagan parir la noche.
La flecha, la centella, la cuchilla, la proa.
Grito. Sufro. Deseo. Se alza mi brazo, entonces,
hacia la noche llena de estrellas en derrota.

He aquí mi voz extinta. He aquí mi alma caída.
Los esfuerzos baldíos. La sed herida y rota.
He aquí mis piedras ágiles que vuelven y me hieren.
Las altas luces blancas que bailan y se extinguen.
Las húmedas estrellas absolutas y absortas.
He aquí las mismas piedras que alzó mi alma en combate.
He aquí la misma noche desde donde retornan.

Soy el más doloroso y el más débil. Deseo.
Deseo, sufro, caigo. El viento inmenso azota.
Ah, mi dolor, amigos, ya no es dolor de humano!
Ah, mi dolor, amigos, ya no cabe en la sombra!
En la noche toda ella de astros fríos y errantes,
hago girar mis brazos como dos aspas locas.




AMIGA NO TE MUERAS by PABLO NERUDA


>

AMIGA, no te mueras.
Óyeme estas palabras que me salen ardiendo,
y que nadie diría si yo no las dijera.

Amiga, no te mueras.

Yo soy el que te espera en la estrellada noche.
El que bajo el sangriento sol poniente te espera.

Miro caer los frutos en la tierra sombría.
Miro bailar las gotas del rocío en las hierbas.

En la noche al espeso perfume de las rosas,
cuando danza la ronda de las sombras inmensas.

Bajo el cielo del Sur, el que te espera cuando
el aire de la tarde como una boca besa.

Amiga, no te mueras.

Yo soy el que cortó las guirnaldas rebeldes
para el lecho selvático fragante a sol y a selva.
El que trajo en los brazos jacintos amarillos.
Y rosas desgarradas. Y amapolas sangrientas.

El que cruzó los brazos por esperarte, ahora.
El que quebró sus arcos. El que dobló sus flechas.

Yo soy el que en los labios guarda sabor de uvas.
Racimos refregados. Mordeduras bermejas.

El que te llama desde las llanuras brotadas.
Yo soy el que en la hora del amor te desea.

El aire de la tarde cimbra las ramas altas.
Ebrio, mi corazón. bajo Dios, tambalea.

El río desatado rompe a llorar y a veces
se adelgaza su voz y se hace pura y trémula.

Retumba, atardecida, la queja azul del agua.
Amiga, no te mueras!

Yo soy el que te espera en la estrellada noche,
sobre las playas áureas, sobre las rubias eras.

El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas.
Tendido entre las hierbas yo soy el que te espera!


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miércoles, 3 de septiembre de 2008

EN LA BRISA UN MOMENTO by Olga Orozco


—¡Ya se fue! ¡Ya se fue!—se queja la torcaza.
Y el lamento se expande de hoja en hoja,
de temblor en temblor, de transparencia en transparencia,
hasta envolver en negra desolación el plumaje del mundo.
—¡Ya se fue! ¡Ya se fue!—como si yo no viera.
Y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza,
para volver a ver una bahía, una columna, el fuego, el humo de la sopa,
sin que tus ojos me aseguren la consistencia de su aparición,
sin que tu mano me confirme la mía.
Será como mirar apenas los reflejos de un espejo ladrón,
imágenes saqueadas desde las maquinarias del abismo,
opacas, andrajosas, miserables.
¿Y qué será tu almohada, y qué será tu silla,
y qué serán tus ropas, y hasta mi lecho a solas, si me animo?
Posesiones de arena,
sólo silencio y llagas sobre la majestad de la distancia.
Ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel
esa larga fisura por donde te fuiste,
ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir,
acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después del paraíso que perdimos,
y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,
esos que solamente Dios conoce,
y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia
cubriendo las respuestas que callamos,
incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma.
Todo lo que ya es patrimonio de sombras o de nadie.
Pero acá sólo encuentro en mitad de mi pecho
esta desgarradura insoportable cuyos bordes se entreabren
y muestran arrasados todos los escenarios donde tú eres el rey
-un instantáneo calco del que fuiste, un relámpago apenas-
bajo la rotación del infinito derrumbe de los cielos.
Fuera de mí la nube dice “No”, el viento dice “No”, las ramas dicen “No”,
y hasta la tierra entera que te alberga,
esa tierra dispersa que ahora es sólo una alrededor de ti,
se aleja cuando llamo.
¿Cómo saber entonces dónde estás en este desmedido, insaciable universo,
donde la historia se confunde y los tiempos se mezclan y los lugares se deslizan,
donde los ríos nacen y mueren las estrellas,
y las rosas que me miran en Paestum no son las que nos vieron
sino tal vez las que miró Virgilio?
¿Cómo acertar contigo,
si aun en medio del día instalabas a veces tu silencio nocturno,
inabordable como un dios, ensimismado como un árbol
y tu delgado cuerpo ya te sustraía?
Aléjate, memoria de pared, memoria de cuchara,
memoria de zapato.
No me sirves, memoria, aunque simules este día.
No quiero que me asistas con mosaicos, ni con palacios, ni con catedrales.
Húndete, piedra de la Navicella, junto al cisne de Brujas,
bajo las noches susurradoras de Venecia.
Sopla, viento de Holanda, sobre los campos de temblorosas amapolas,
deshoja los recuerdos, barre los ecos y la lejanía.
No quiero que sea nunca para siempre ni siempre para nunca.
Juguemos a que estamos perdidos otra vez entre los laberintos de un jardín.
Encuéntrame, amor mío, en tu tiempo presente.
Mírame para hoy con tus ojos de miel, de chispas y de claro tabaco.
Sé que a veces de pronto me presencias desde todas partes.
Tal vez poses tu mano lentamente como esta lluvia sobre mi cabeza
o detengas tus pasos junto a mí en pálida visitación conteniendo el aliento.
He conseguido ver el resplandor con que te llevan cuando te persigo;
he aspirado también, señor de las plantaciones y las flores,
el aroma narcótico con que me abrazas desde un rincón vacío de la casa,
y he oído en el pan que cruje a solas el pequeño rumor con que me nombras,
tiernamente, en secreto, con tu nuevo lenguaje.
Lo aprenderé, por más que todo sea un desvarío de lugares hambrientos,
una forma inconclusa del deseo, una alucinación de la nostalgia.
Pero aun así, ¿qué muro es insoluble entre nosotros?
¡Hemos huido juntos tantos años entre las ciénagas y los tembladerales
delante de las fieras de tu mal
cubriendo la retirada con el sol, con la piel, con trozos de la fiesta,
con pedazos inmensos del esplendor que fuimos,
hasta que te atraparon!
Anudaron tu cuerpo, ya tan leve, al miedo y al azar,
y escarbó en tus tejidos la tiniebla monarca con uñas y con dientes,
mientras dábamos vueltas en la trampa, sin hallar la salida.
La encontraste hacia arriba, y lograste escapar a pura pérdida, de caída en caída.
Aún nos queda el amor:
esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado.
Haz que gire la piedra, que te traiga de nuevo la marea,
aunque sea un instante, nada más que un instante.
Ahora, cuando podrás mirar tan “fijamente el sol como la muerte”,
no querrás apagarlo para mí ni querrás extraviarme detrás de los escombros,
por pequeña que sea mirada desde allá,
aun menos que una nuez, que una brizna de hierba, que unos granos de arena.
Y porque a veces me decías: “Tú hiciste que la luz fuera visible”,
y otra vez descubrimos que la muerte se parece al amor
en que ambos multiplican cada hora y lugar por una misma ausencia,
yo te reclamo ahora en nombre de tu sol y de tu muerte una sola señal,
precisa, inconfundible, fulminante, como el golpe de gracia que parte en dos el muro
y descubre un jardín donde somos posibles todavía,
apenas un instante, nada más que un instante,
tú y yo juntos, debajo de aquel árbol,
copiados por la brisa de un momento cualquiera de la eternidad.

PARA DESTRUIR A LA ENEMIGA by Olga Orozco


PARA DESTRUIR A LA ENEMIGA

Mira a la que avanza desde el fondo del agua borrando el día con sus manos,
vaciando en piedra gris lo que tú destinabas a memoria de fuego,
cubriendo de cenizas las más bella estampas prometidas por las dos caras de los sueños.
Lleva sobre su rostro la señal:
ese color de invierno deslumbrante que nace donde mueres,
esas sombras como de grandes alas que barren desde siempre todos los juramentos del amor.

Cada noche, a lo lejos, en esa lejanía donde el amante duerme con los ojos abiertos a otro mundo adonde nunca llegas,
ella cambia tu nombre por el ruido más triste de la arena;
tu voz, por un sollozo sepultado en el fondo de la canción que nadie ya recuerda;
tu amor, por una estéril ceremonia donde se inmola el crimen y el perdón.
Cada noche, en el deshabitado lugar adonde vuelves,
ella pone a secar la cifra de tu edad al bajar la marea,
o cose con el hilo de tus días la noche del adiós,
o prepara con el sabor del tiempo más hermoso ese turbio brebaje que paladeas en la soledad,
ese ardiente veneno que otros llaman nostalgia
y que tan lentamente transforma el corazón en un puñado de semillas amargas.

No la dejes pasar.
Apaga su camino con la hoguera del árbol partido por el rayo.
Arroja su reflejo donde corran las aguas para que nunca vuelva.
Sepulta la medida de su sombra debajo de tu casa para que por su boca la tierra la reclame.
Nómbrala con el nombre de lo deshabitado.
Nómbrala con el frío y el ardor,
con la cera fundida como una nieve sucia donde cae la forma de su vida,
con las tijeras y el puñal,
con el rastro de la alimaña herida sobre la piedra negra,
con el humo del ascua,
con la fosa del imposible amor abierta al rojo vivo en su costado,
con la palabra de poder
nómbrala y mátala.
Y no olvides sepultar la moneda.
Hacia arriba la noche bajo el pesado párpado del invierno más largo.
Hacia abajo la efigie y la inscripción:
“Reina de las espadas,
Dama de las desdichas,
Señora de las lágrimas:
en el sitio en que estés con dos ojos te miro,
con tres nudos te ato,
la sangre te bebo
y el corazón te parto”.

Si miras otra vez en el fondo del vaso,
sólo verás ahora una descolorida cicatriz cuyos bordes se cierran donde se unen las aguas,
pero pueden abrirse en otra herida, adonde nadie sabe.

Porque ella te fue anunciada en el séptimo día,
—en el día primero de tu culpa—,
y asumiste su nombre con el tuyo,
con los nombres vacíos, con el amor y con el número,
con el mismo collar de sal amarga que anuda la condena a tu garganta.

OLGA OROZCO


OLGA OROZCO

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquello que se buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte n tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento”.

EL JARDIN DE LAS DELICIAS by OLGA OROZCO



¿Acaso es nada más que una zona de abismos y volcanes en
plena ebullición, predestinada a ciegas para las ceremonias de la
especie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez un
atajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocencia
y sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma?¿ O tan
sólo quizás una región marcada como un cruce de encuentro
y desencuentro entre dos cuerpos sumisos como soles?
No. Ni vivero de la Perpetuación, ni fragua del pecado original,
ni trampa del instinto, por más que un solo viento exasperado
propague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni siquiera
un lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo que
huye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.

A solas, sólo un número insensato, un pliegue en las membranas
de la ausencia, un relámpago sepultado en un jardín.

Pero basta el deseo, el sobresalto del amor, la sirena del
viaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz de
todos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta el
árbol de la primera tentación, hasta el jardín de las delicias y
sus secretas ciencias de extravío que se expanden de pronto
de la cabeza hasta los pies igual que una sonrisa, lo mismo
que una red de ansiosos filamentos arrancados al rayo, la
corriente erizada reptando en busca del exterminio 0 la salida,
escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que son
como tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indecible
hasta el fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfonda
cayendo hacia lo alto, mientras pasa y traspasa esa orgánica
noche interrogante de crestas y de hocicos y bocinas, con
jadeo de bestia fugitiva, con su flanco azuzado por el látigo
del horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al misterio
de la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la nebulosa
maquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas como
labios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late la
espuma de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de su
prado natal, un éxodo de galaxias semejantes a plumas girando
locamente en el gran aluvión, en ese torbellino atronador que
ya se precipita por el embudo de la muerte con todo el universo
en expansión, con todo el universo en contracción para el parto
del cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la
sangre la creación.

El sexo, sí,
más bien una medida:
la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.

martes, 2 de septiembre de 2008

PAVANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA by Olga Orozco

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo
oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la
muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio
nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el
umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la
palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro
laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en
busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un
manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

MISS HAVISHAM by Olga Orozco


Aquí yace Miss Havisham, lujosa vanidad del desencanto.
Un día se vistió para la dicha con su traje de muerte,
sin saberlo.
Era la hora exacta en que alcanzaba la música de un sueño
cuando alguien cortó con un duro golpe las cuerdas mentirosas del amor,
y quedó desasiada, cayendo hacia lo oscuro como una nube rota.
Todo fue clausurado.
No invadir el recinto donde una novia hueca recogió para el odio los escarchados trozos de su corazón.
Quien entró fue elegido para expiar ciegamente todo el llanto.
No levantar los sellos.
Las manos de la luz habrían dispersado los flotantes ropajes,
los manteles roídos por tenaces dinastías de insectos,
las aguas del espejo enturbiadas aún después de la caída de la última imagen,
los lugares desiertos donde los comensales serían calmos deudos alrededor de una desenterrada,
de una novia marchita fosforeciendo aún en venganza y desprecio.
Ahora ya está muerta.
Pasad.
Ésa es la escena que los años guardaron en orgulloso polvo de paciencia,
es la suntuosa urdidumbre donde cayó como una colgadura envuelta por las llamas de su muerte.
Fue una espléndida hoguera.
Sí. Nada hace mejor fuego que la vana aridez,
que ese lóbrego infierno en que está ardiendo por una eternidad,
hasta que llegue Pip y escriba debajo de su nombre: “la perdono"
Olga Orozco

LA REALIDAD Y EL DESEO by Olga Orozco



a Luis Cernuda

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.

Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
Y cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.
Olga Orozco

ESPEJO EN LO ALTO by Olga Orozco


No sé si habrás logrado componer tu escritura
con aquel minucioso tapiz de hojas errantes que organizaba huecos y relieves,
prolijos ideogramas en este desmantelado atardecer;
tampoco sé si alguna vez me hablaste en los últimos meses
con ese congelado tintineo del vidrio, con el rumor del mimbre,
o el apremiante latido del corazón a oscuras;
y quizás tu mirada fuera entonces esa mirada circular del ágata,
que se abre, que se expande, que se amplía de agua en aire
más allá de la piedra y el fulgor y más allá del mundo.
Imposible saber. No consigo abarcar lo que me sobrepasa y te contiene;
no puedo descifrar de pronto las señales que no fueron costumbre.
Porque ahora traspasaste del todo la zona de los delirios y las emanaciones,
donde la selva y las acechanzas de la selva se confunden,
y los días se tiñen con el color de lo que ya no es, de lo que no será,
y entre un cuerpo y su sombra vuelca el viento veinte siglos de historia
y en una y otra mano se multiplican las semillas de la incertidumbre
y a uno y otro pie se anudan las serpientes de la contradicción.
Porque tal es la prueba y tales las maquinaciones de la simuladora, inabordable realidad.
No en vano deshojaste la envoltura del sueño y la vigilia,
palabra por palabra y ausencia por presencia,
hasta el último pétalo, hasta el temblor inmóvil del silencio.
(No revisaste acaso, palpando, escarbando, horadando la trama del poema
el revés y el derecho del destino, los nudos del error, el bordado ilusorio,
sin encontrar la pura transparencia que permita mirar al otro lado?
Tu fuerza fue habitar en el Reino del No la casa de los innumerables laberintos,
probando las entradas, rondando las salidas,
acechando visiones contagiosas, insectos y peligros y ratones.
e una casa oscilante, en continuo equilibrio,
justo en el borde de la inmensidad;
y allí viviste alerta, ensayando la ausencia, desasido de ti
-tu primera persona del singular cada vez más allá,
siempre más cerca de algún otro tú-,
siendo a la vez el cazador que descubre la presa y abandona el asedio
y el pájaro que intenta desterrar con las alas su recuerdo en el suelo.
Ya eres parte de todo en otro reino, el Reino de la Perduración y la Unidad,
estás en el eterno presente que huye, que se consume y que no cesa,
y podrás ser por fin el nombre y lo nombrado.
Pero yo sé que casi medio siglo de amistad, permanencia, emociones y amparo,
no me basta para encontrar que una pequeña huella,
una chispa en suspenso, un flotante perfume
son, en medio del anónimo coro universal, de la corriente del acontecer,
tu modo de dictarme lo más justo, lo más bello y lo más verdadero,
como antes, como siempre, con un gesto, con un talismán, con una lágrima.
Y si así fuera, ¿cómo responder?
A partir de mi boca, de mi congoja y mi ignorancia sólo puedo rogar:
"Señor:
Haz que tu hijo sea como el más incontaminado de todos tus espejos
y muéstrale las cosas así como él quería, tales es como son.
Olga Orozco

VENECIA SIN TI by Charles Aznavour

>

Venecia sin ti

Que profunda emoción
recordar el ayer
cuando todo en Venecia
me hablaba de amor
ante mi soledad
en el atardecer
tu lejano recuerdo
me viene a buscar
que callada quietud
que tristeza sin fin
que distinta Venecia
si me faltas tú
una góndola va
cobijando un amor
el que yo te entregué
dime tú dónde está.
Que tristeza hay en ti
no pareces igual
eres otra Venecia
más fría y más gris
el sereno canal
de romántica luz
ya no tiene el encanto
que hacía soñar
que callada quietud
que tristeza sin fin
que distinta Venecia
si me faltas tú
ni la luna al pasar
tiene el mismo fulgor
que triste y sola está
Venecia sin tu amor.
Como sufro al pensar
que en Venecia murió
el amor que jurabas
eterno guardar
solo queda un adiós
que no puedo olvidar
hoy Venecia sin ti
que triste y sola está.....


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POEMA by ALEJANDRA PIZARNIK


“ Cuídate de mi amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra”

“ El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
Camino del espejo:
Alguien en mi dormido
Me come y me bebe”

“cuando vea los ojos
que tengo en los míos tatuados”

lunes, 1 de septiembre de 2008

Sentido de su ausencia by Alejandra Pizarnik


Sentido de su ausencia

si yo me atrevo
a mirar y a decir
es por su sombra
unida tan suave
a mi nombre
allá lejos
en la lluvia
en mi memoria
por su rostro
que ardiendo en mi poema
dispersa hermosamente
un perfume
a amado rostro desaparecido
Alejandra Pizarnik